Artículo de Ana Isabel Espinosa
Nunca encontró la paz perdida con el nacimiento, ni el calor materno de sentirte protegida, y mucho menos el amor incondicional, de alguien que mira por tus ojos y vela por tus pasos. Por no disfrutar, ni siquiera lo hizo de la vida, que le fue arrebatada, imposible de rehacer, más allá de sus 35, cortos años, de existencia.
Roto el cuerpo a tajazos, heridas el alma y la conciencia, apaleada y vencida, fue arrojada al vertedero de ignominia, en que se había convertido, el destino para ella.
Mary Paz fue descubierta por un indigente, al rebuscar en un contenedor de basura y chocar con su pierna, precintada en una bolsa de plástico.
Pero ella debió ser una niña igual que otra niña, buscando el amor a ratos perdidos con sus amigas en plazoletas acaloradas por el verano, en el trasiego de un Elche que está hecha de retazos de emigrantes, de gente variada y multiforme, con conciencias paralelas, nacidas en un mismo espacio vital.