Esta semana, que comienzan los actos por el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, quizás sería interesante poner la mirada en las mujeres inmigrantes, en colectivo, en forma global, sin nacionalidades pues no existen problemáticas, ni motivaciones uniformes ni únicas.
Son muchas las mujeres trabajadoras, amas de casa, estudiantes, licenciadas, que han salido de sus países de origen para llegar a Europa y en concreto a España en busca de un futuro mejor, saben lo difícil que fue dejar todo porque no había otro camino. Se esfuerzan cada día a día en jornadas agotadoras haciendo los trabajos más duros, la mayoría de ellas cuidando de las personas y de las tareas de las casas de sus empleadores y empleadoras. Las que tienen contrato y "papeles" son conscientes de lo precario de su situación. Los permisos son provisionales, las horas de trabajo interminables y lo que se cobra es mínimo, porque para conseguir los ansiados papeles ellas mismas pagan la seguridad social. Del dinero que les queda mandan la mayor parte a sus madres, hijos e hijas que no han venido con ellas, a veces también a sus maridos.
Comprobamos que en este país donde ahora trabajan, también las mujeres trabajadoras, todas, las de aquí y las de fuera, son explotadas en diferentes condiciones y con bajos salarios por el simple hecho de ser mujeres, entre otras cosas, porque una trabajadora "sin papeles" queda expuesta a todas las formas de violencia contra las mujeres. Una mujer ilegalizada ni siquiera es persona, se queda indefensa ante la sobreexplotación, el abuso y la violación de sus más elementales derechos.
Las mujeres inmigrantes trabajadoras son sujetos económicos, contribuyen más de lo que perciben, y su colaboración en el mercado laboral y en el crecimiento económico esto no conlleva una contrapartida adecuada en el reconocimiento y ejercicio de sus derechos.