La voz que cambió la historia

Lo que todos veían. Por Celia Bonell Siempre estaba sonriendo junto a él, al menos siempre que había gente alrededor. Todos sonreían al vernos, incluso muchos deseaban ser como nosotros. Cuando decían esto, me entraban ganas de decirles que por favor no nos tomasen como ejemplo. Nosotros no éramos una pareja feliz. Pero lo único que conseguía hacer era reír y asentir con la cabeza, no tenía otra opción. Lo que nunca nadie supo ni vio. Estás delante de mí, pero no te veo. Intento mirar más allá de tus ojos, pero no puedo. Has cambiado tanto durante estos últimos años… Me da miedo saber que ya no puedo reconocerte entre toda la multitud, no, ahora eres uno más de ellos; o incluso peor. Antes te quedabas todas las noches en casa, juntos veíamos películas de los setenta, ahora te marchas al bar de la esquina y vuelves oliendo a alcohol y tabaco. Durante los primeros meses, te proponía ir a dar un paseo a la playa para ver caer las estrellas, ahora; te tumbas en el sofá y dices “estoy muy cansado para tus tonterías”. Hace tiempo, siempre que me veías me sonreías y me abrazabas, pero ya no lo haces. Tan solo me gritas y desahogas tus enfados en mí. Sin embargo, todo cambió aquel día de lluvia, cuando me descubriste haciendo las maletas para marcharme. Me comenzaste a gritar, conseguiste hacerme llorar con tus sucias palabras. Pero esa vez, no me quedé callada, así que te grité y te insulté; como nunca antes había hecho, a diferencia de ti. Mas tú no soportaste que por una vez te dijera que no, así que cogiste con fuerza mis muñecas y me empujaste. Perdí el equilibrio, pero no llegué a caer. Me armé de valor y te aparté a un lado, dispuesta a irme. De un momento a otro, me encontraba tirada en el suelo con un gran dolor de cabeza. Solté un pequeño quejido y abrí poco a poco los ojos. Te vi arrodillado junto a mí, me pedías perdón y no parabas de repetir que no sabías por qué habías hecho eso. Me recordabas una y otra vez lo mucho que me amabas. Ingenua de mí, te creí. A partir de ese momento, aquel suceso se repitió día tras día, yo no quería abrir los ojos y darme cuenta de lo que realmente estaba pasando. Hasta que un día fuiste más violento que nunca, me tiraste con fuerza a la cama. Te pusiste encima de mí, envolviste mi cuello con tus manos y lo apretaste, lo apretaste hasta que yo ya no podía gritar más, hasta que no me quedaban más fuerzas para intentar defenderme. Hasta que mi último aliento escapa de mis labios. Mi vida pasó ante mis ojos y fue ahí cuando me di cuenta de que tú no me querías, que no sentías ningún tipo de arrepentimiento. Es más, sabías que me hacías daño, pero a ti eso nunca te importó. En ese mismo instante abro los ojos y me doy cuenta de que yo ya no soy feliz. Abro los ojos y puedo […]