La trata de personas supone un negocio que utiliza como objeto de comercio a las personas. Existen distintos fines para los tratantes; desde los trabajos forzosos, el tráfico de órganos, la utilización en los conflictos armados, actividades delictivas e incluso la mendicidad hasta, el fin más conocido, como es la explotación sexual. Según las cifras de la Organización Internacional del Trabajo, 21 millones de personas son víctimas de trata de personas en todo el mundo.
Debido a factores como la feminización de la pobreza y otras situaciones de vulnerabilidad, las personas más afectadas son las mujeres, niñas y niños. Así se indicó a través del Informe Global de la Trata de Personas de 2018 de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), el 30% de las víctimas de trata son personas menores de 18 años, representando un 23% las niñas y un 7% los niños.
En este contexto, es importante resaltar que la trata implica, como bien indica el Convenio del Consejo de Europa sobre la lucha contra la trata de seres humanos y la Directiva 2011/36/UE, los elementos de medios, fines y acción, así como la necesidad de una prostitución ajena o explotación sexual. Sin embargo, todavía no se cuenta con una definición legal internacional consensuada.