
El VIH es un virus que todavía hoy suscita un temor inigualable, lo que trae consigo numerosas implicaciones, las cuales dificultan la prevención y control sobre él, así como el tratamiento de las personas portadoras. Aun cuando actualmente, en nuestro país, se convive con la enfermedad con normalidad gracias al tratamiento antirretroviral (TAR), este miedo al contagio continúa siendo visceral. Más incluso que al contagio, se teme a las personas seropositivas. Todavía hoy, esta enfermedad cuenta con un estigma difícilmente comparable a otras enfermedades, pues las personas son responsabilizadas de haberlo contraído, siendo tratadas con rechazo. Rastreando este miedo, hemos de remitirnos al inicio. Cuando el virus empezó a generalizarse, a mediados de los años 80, fue llamado la enfermedad de las 4 haches, pues era más incidente en ciertos segmentos poblacionales: haitianos, homosexuales, heroinómanos y hemofílicos. De hecho, durante mucho tiempo se pensó que solo les afectaría a ellos. Se trataba de colectivos ya de por sí estigmatizados, excluidos del sistema. Únicamente cuando el virus empezó a atacar a las demás capas poblacionales fue que se actuó sobre él. Hasta entonces, se dijo incluso que se trataba de un castigo de Dios. Actualmente, y habiendo quedado confirmado que se trata de un virus del que todas y todos podemos ser víctima, y una cuestión de salud pública, todavía incide mayormente en ciertos segmentos poblacionales. El colectivo inmigrante es uno de ellos.