
La movilidad humana es una realidad que existe desde la prehistoria como elección y/o necesidad. Constituye una expresión valiente de determinación individual, de superar adversidades y buscar una vida mejor, que además está reconocida en el artículo 13 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, según el cual toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado, y toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar. Sin embargo, actualmente la libre circulación ha dejado de ser un derecho, para convertirse en una actividad fiscalizada, sancionada y reprimida por el control fronterizo. Se ha sometido a la humanidad a la división del norte y del sur, del imperio y sus colonias, marcada por una concepción eurocentrista del mundo y los prospectos de una ley que en vez de proteger; limita, restringe y vulnera los derechos de las personas inmigrantes, que no se pueden desplazar de manera libre ni digna, siendo sometidas a precariedades tanto en el trayecto como en la llegada al país de “acogida”. La presencia de personas “extranjeras”, no solo ha ayudado al crecimiento de las economías, “incrementando el ingreso por persona y mejorando los niveles de vida” de la población, sino que ha dado paso a una sociedad más diversa, sostenible, innovadora, donde han florecido nuevos retos desde la multiculturalidad, dando lugar a un prolífico enriquecimiento cultural, étnico, lingüístico, religioso, entre otros.