
El 8 de marzo, como día internacional de la mujer, fue adoptado por la Asamblea General de la ONU en 1977. Su origen surge en las manifestaciones de las mujeres que, especialmente en Europa, reclamaban a comienzos del siglo XX el derecho al voto, mejores condiciones de trabajo y la igualdad entre mujeres y hombres. Este día tan importante para el colectivo feminista, es utilizado para reivindicar la lucha para alcanzar la igualdad efectiva de derechos entre hombres y mujeres. Si bien hemos conseguido avances, queda mucho camino por recorrer, y las desigualdades continúan atravesando la vida de las mujeres, con especial énfasis en las mujeres migrantes, víctimas de violencia de género, mujeres con discapacidad y las mujeres mayores, quienes enfrentan múltiples formas de violencia y discriminación. Todo ello impactando de manera directa y negativa en su vida, y posicionándolas en una situación de mayor vulnerabilidad y precariedad. En este sentido, conviene destacar que la brecha salarial de género continúa reflejando la desigualdad estructural en el mercado laboral y, en definitiva, en toda la sociedad, puesto que, las mujeres siguen ganando menos que los hombres, lo que repercute en su autonomía financiera y perpetúa la feminización de la pobreza. En el año 2023, dicha brecha se paralizó, y el salario medio de las mujeres fue casi un 20% menor que el de los hombres, además, ellas, ocupan el 75% de los empleos a tiempo parcial (Comisiones Obreras, 2025). No cabe duda de que esto es un reflejo de la infravaloración de los trabajos feminizados, la carga de los cuidados no remunerados que repercuten en trayectorias laborales inestables y, asimismo, limita el desarrollo profesional.